“Que vive la rosa que creció del cemento, cuando a nadie le importaba.”
Esta es una de las citas favoritas de mi mamá del artista Tupac. Para ella, esta cita significa que lo bonito que puede surgir de lo feo es despreciado y a veces la gente ni lo nota, pero aún así puede cambiar el mundo para mejor.
Pienso que, en muchas formas, los sacrificios son invisibles y no escuchados. Renunciar a algo como el tiempo, energía, dinero o recursos es lo que convierte a alguien en un héroe. Se pone más duro cuando eres el único padre. Las madres solteras no reciben el crédito que merecen por ser madres solteras y a veces son criticadas.
En el caso de mi madre, ella no escogió ser madre, pero sí escogió amar a su hijo sin condiciones. Se esforzó, física y mentalmente, para asegurarse de que yo estuviera bien. Ella tuvo noches en las que ni siquiera pudo dormir y yo no le daba las gracias por lo que estaba haciendo por mí.
Ella nunca pidió gracias por ser madre soltera ni por ser madre. Solo quería cambiar el mundo para mejor, ya fuera a través de ella misma o de su hijo.
La belleza de mi mamá brilla más por su inteligencia, su trabajo y sus ganas de mejorar su comunidad. Durante toda mi vida, ella dedicó cada lección a pensar en “¿cómo esto va a ayudar a otra persona?”
Durante la Navidad, los regalos se obtenían ayudando en los refugios y hablando con las personas que vivían en ellos. Recuerdo que ella decía, “nosotros tenemos lo suficiente, necesitamos ayudar.”
La mentalidad de sacrificio y ayuda es lo que me ha impulsado a querer cambiar el mundo con lo que mejor sé hacer, qué es escribir.
Mi mamá me motivó a escribir. No solo a escribir cualquier cosa, sino a escribir historias que hagan que la gente sienta algo.
Recuerdo que dijo que lo que escribo es como un regalo, y eso me hizo sentir cómodo al elegir el periodismo como una carrera potencial. Por eso, nunca podré pagarle.
He ganado premios, he viajado y he recibido elogios por lo que escribo, pero mi mayor logro fue cuando mi mamá lloró lágrimas de orgullo al leer algo que yo había escrito. Es el mayor elogio que puedo recibir.
Obviamente, al crecer como hijo de una madre soltera, siempre me preguntaban: “¿te gustaría tener un padre?”
La respuesta siempre fue la misma: No.
No necesitaba tener un padre para “aprender a ser un hombre.” Lo que necesitaba era un padre que quisiera participar en mi vida. Ella me enseñó responsabilidad y confiabilidad. No quería un padre ausente; tenía a una madre presente e increíble.
Te quiero, mamá.